Hacía tiempo que quería escribir una entrada sobre el personaje más admirado por mi mujer, y no hay mejor día que hoy, día de la ciencia para hacerlo.
Nuestra historia de hoy empieza en Varsovia, ciudad de Polonia, en 1867. Allí nació una niña, llamada María. De carácter inquieto y una necesidad natural de aprender, asistía a clases clandestinas junto con su hermana Helena, en una época en la que no era muy habitual que las mujeres cultivaran su intelecto. Helena marchó a París con la promesa de que ayudaría a su hermana a ir con ella, cosa que ocurrió en 1891, ya con 24 años.
En París, Marie se matriculó en la Sorbona en física y matemáticas. Además, era la primera vez que salía de Polonia, así que además de la dificultad científica, tenía la dificultad del idioma, a la vez que aprendía ciencia, aprendía francés. Había que conseguirlo todo.
Marie era mujer que vivía del intelecto. Hay pocos ejemplos de seres humanos así, pero sí que hay bastante ejemplos de genios con este rasgo. Para ella disfrutar de la vida no era lo más importante, tenía que aprender, crear, aportar, descubrir, y a fe que lo consiguió.
Acabó física en 1893, con el número 1 de su promoción y matemáticas en 1894 con el número dos. No quiero pensar qué habría hecho si hubiera sabido francés desde el primer día. Afortunadamente para la humanidad, se quedó en la universidad para realizar el doctorado y allí conoció a Pierre. Se enamoraron perdidamente, eran dos almas gemelas, dos personas que disfrutaban de la investigación y de la ciencia. Y conectaron. Tanto que no tardaron en casarse, 1895 y se dedicaron a la investigación. En el mismo 1895 descubrieron los rayos x y al año siguiente la radioactividad natural.
Extraño fenómeno este de la radioactividad en el que los elementos parecían que no querían ser como son e irradian energía en diferentes formas, rayos x, rayos gamma o incluso variando el isótopo. Un elemento radioactivo, con el paso del tiempo puede acabar siendo otro elemento diferente.
Marie y Pierre, curiosos como eran, descubrieron este fenómeno y lo publicaron. Era un descubrimiento magnífico y dirigida por el propio Bequerel, realiza su tesis en este campo. En 1903, recién doctorada, recibe el Premio Nobel, junto con su marido y con su director de tesis. Un doble reto. Había sido la primera mujer en doctorarse cum laude y la primera mujer en recibir un premio Nobel. Pierre, por su parte había conseguido la cátedra en la Sorbona. Ellos habían roto barreras, marcado camino, pero una vez recogido el premio, volvían a su casa y había que seguir.
La vida de Marie no fue nunca sencilla y al poco, su marido Pierre fallecía en un accidente. La Sorbona tuvo un gesto sin precedentes y ofreció a Marie la cátedra de su marido. Sentimentalmente oportuno, pero desde luego, no iban a encontrar a alguien más capaz que ella para asumir el reto. Y así fue como, en 1906, se convirtió, además en la primera catedrática y profesora de la Sorbona, nada menos que 650 años después de su fundación.
Aquella chica de 24 años que salía de Varsovia era, 15 años después una reputada científica, Premio Nobel, doctorada cum laude, catedrática y… viuda madre de dos niñas. Había que seguir destacando para seguir avanzando. No quedaba de otra.
Y siguió. En 1910 aisló un gramo de radio puro y recibió un segundo Premio Nobel, ahora de química, por dicho descubrimiento. Ni 20 años llevaba en París y ya era la primera persona con dos premios Nobel. Más de 50 años tardaron en igualarla y sólo 3 personas lo han conseguido. De hecho, sigue siendo la única persona en tener dos premios Nobel en dos campos científicos diferentes.
Siguió investigando, con una perspectiva cada vez más altruista. No patentó el descubrimiento del radio y trabajaba en pos de una mejor humanidad. Su reconocimiento era cada vez mayor y su cansancio, también. En 1914 llegó la Primera Guerra Mundial y Marie creó un cuerpo de élite con un radiógrafo portátil para tratar a los soldados en el frente de batalla. Su transporte era conocido como “Petit Curie” y le llevó a ganarse aún más el respeto de la gente. Era una mujer querida y admirada y así se lo demostraron en Nueva York, cuando en su visita, en olor de multitud, le regalaron un gramo de radio puro. Ella lo donó al instituto de la radioactividad de Varsovia.
Nunca olvidó su patria natal. Polonia, no existía como tal, sino que estaba repartida entre Rusia, Prusia y Austria, así que cuando tuvo que nombrar un nuevo elemento que había descubierto, no lo dudó: Polonio. Su patria, al menos, quedaría para siempre en la tabla periódica, para que no se olvide su nombre. Más tarde, Polonia volvería al mapa, pero ella nunca lo vería.
En 1934 fallece, víctima de su propio éxito, por los perjuicios de la radioactividad. Dejó un legado inigualabe, pero aún dejó un legado más. Su hija Irene fue también Premio Nobel en 1935 y su otra hija, Eva, escribió una biografía de su madre que fue un gran éxito. Además de gran ejemplo, consiguió trasmitir sus valores a sus descendientes.
Marie fue tan inigualable que, hoy, un siglo después y en una época de ignorancia, todo el mundo la conoce. Ejemplo de científicos y ejemplos de seres humanos, marcó un camino para intentar crear un mundo mejor desde donde uno puede aportar, desde donde uno es válido. No es necesario ser un Gandhi (que se merece también una entrada) para hacer de esta bolita azul un mundo mejor, simplemente bastaría con ser buenos en lo que uno sabe hacer, siempre con las ideas claras y la dignidad alta. A veces es suficiente con hacerlo todo mucho más sencillo.