Después de un descanso navideño en el blog, comienzo con una historia para el alma de mi vida (la hemos comentado antes de escribirla), de las que más me gustan, una historia filantrópica, que sirvió para salvar miles de vidas gracias a la observación natural y al sentido común y que perduró para siempre en su nombre. Y además es una historia poco conocida.
La historia comienza a mediados del siglo XVIII. Era un mundo en el que la modernidad y la civilización querían abrirse paso en un mundo aún dominado por el absolutismo. En ese mundo de navegantes y mundos por descubrir existía una enfermedad que mató a millones de personas, llamada la viruela. Esa enfermedad vírica infecciosa llenaba al enfermo de pústulas y solía causarle la muerte. Fue la auténtica pesadilla para los indígenas americanos, que no estaban preparados en su organismo para sobrevivir a esta infección y, que si se contagiaban, morían irremediablemente. De esto murió el líder azteca Cuitláhuac y el líder inca Huayna Capac. Pero no solamente en América la viruela fue una plaga. Europa también sobrevivía a duras penas a esta enfermedad y quien la padecía tenía muchas posibilidades de muerte. Entre ellos también un líder, el rey Luis I de España (ver entrada “El Rey Efímero”). Se estima que sólo en el siglo XX las muertes por viruela en el mundo ascendieron a 300 millones, así que imaginaros en el siglos anteriores.
Como veis, todo el mundo estaba sujeto a esta enfermedad y los médicos soñaban con sanarla, cosa que nunca se consiguió. Todos los médicos la observaban y pensaban cómo buscar una solución, expertos, rurales, reconocidos, noveles, todos. Pero fue un inglés llamado Edward Jenner quien vio algo que le llamó la atención y lo aprovechó.
Jenner es uno de esos hombres olvidados por la historia cuya contribución a la misma ha significado salvar miles de millones de vidas (en este caso, literalmente). Médico rural británico, veía cómo en su entorno, morían y morían personas por esta enfermedad sin poder hacer nada para solucionarlo. Consuelo y cariño para el moribundo, poco más. Pero en un momento dado llegaron a sus oídos las noticias de que las ordeñadoras de vacas que habían contraído la versión de la vaca de la viruela (es una enfermedad que se pasaba al hombre, pero que era bastante más tenue, y por supuesto, no mortal), no desarrollaban la infección de la viruela humana. Cuando lo escucho, investigó algo sobre el tema y encontró una granjera británica llamada Lady Montagu que a primeros de siglo había llegado de Turquía, donde los campesinos pinchaban con agujas infectadas en pústulas de viruela de vaca a sus hijos para que no desarrollaran la viruela y él lo relacionó y lo concretó. ¿Tendría algo de cierto? ¿Y si fuera capaz el cuerpo de, venciendo un virus similar, poder vencer al otro? Sólo había una forma de saberlo, probando.
Y para asegurarse que la prueba no estaba contaminada se la jugó con un niño de 8 años, hijo de un vecino suyo al que inyectó pus de las pústulas de una de las granjeras infectadas de la viruela de vaca. El niño superó la enfermedad en unos días, como era habitual y posteriormente Edward Jenner inyectó al niño pus de viruela humana. El niño ni se enteró de esta segunda inyección: ya era inmune y el médico rural había dado con la prueba: se había encontrado el remedio para una enfermedad mortal. Esto sucedió en 1796.
Edward Jenner rápidamente lo expuso al mundo y fue reconocido mundialmente en 1805, cuando ni más ni menos que Napoleón ordenó inmunizar a toda su tropa con el método de Jenner contra la viruela. Quería asegurarse que esta enfermedad no mermaba sus tropas en la inminente conquista de Europa.
Programas masivos de inmunización se fueron desarrollando entre el siglo XIX y el siglo XX. Incluso todos los que ya tenemos una edad, recordamos en nuestros mayores una cicatriz redonda en los brazos, producto de esta inyección. Gracias a estos programas, la viruela tiene un honor especial. Hoy en día es, junto con la peste bovina, las dos únicas enfermedades erradicadas de la Tierra. El último caso conocido fue en 1977 (en 1978 hubo otro caso por mala manipulación del virus en laboratorio), así que esta enfermedad es, hoy en día, oficialmente, historia.
Jenner otorgó un nombre a su descubrimiento que perdura hasta hoy: vaccine, del latín vacca y que en español significaba “relativo a la vaca, vacuno”, en homenaje al animal que dio origen a su descubrimiento. Y así quedó para siempre en nuestro español la palabra “vacuna” como método para inmunizar al ser humano de una enfermedad. Una palabra en un contexto extraño, pero con un origen lógico y que ha salvado millones de vidas.
El origen de las palabras nos sorprende a menudo…. gracias torpedo
ASC