El poder de los libros

La entrada de hoy, es sin lugar a dudas, un cuento de hadas. Un cuento de hadas que culminó en una unidad de medida que incluso llegó a formar parte de una canción algo surrealista de primeros de los ochenta, el Faradio.
Esa unidad deriva de un apellido, Faraday, y de un hombre, Michael Faraday, uno de los científicos más reconocidos del siglo XIX, y toda una leyenda de la Royal Society de Londres, pero que tuvo que pelear cada momento de su vida como científico.
Faraday nació en Newington, en el sur de Londres, en una familia muy humilde. Casi pobre. Desde muy pequeño, la educación fue algo secundaria, había que trabajar, primero como repartidor de periódicos, pero con 14 años, tuvo la fortuna de entrar a trabajar como aprendiz de encuadernador de libros.
Eso le daba una ventaja importante, tenía acceso a la lectura y Michael, que tenía una mente muy inquieta, se bebía los libros. Uno tras otro los libros pasaban por sus manos, especialmente los libros científicos.
En 1812, con 20 años, comenzó a asistir a conferencias de la Royal Society. Iba invitado por un amigo, al gallinero, pero apuntaba con devoción lo que se decía en las conferencias, en especial las de Humphry Davy, uno de los principales científicos de la época. Al cabo de un tiempo, Faraday, decidió jugársela. Tenía muchas notas y tenía acceso a encuadernación. ¿Podría funcionar? Decidió agrupar todas sus notas, encuadernarlas y enviárselas a Davy, junto con una petición: quería aprender a su lado.
Davy se sorprendió con el presente. Nadie se había molestado tanto en aprender, y por supuesto nadie se lo había demostrado con tantas ganas. Al poco, el destino quiso que uno de los aprendices de Davy fuera despedido y se acordó de aquel joven que decidió cambiar su vida con un libro manuscrito. Y lo contrató. Ese día, Faraday entró en la Royal Society como aprendiz. Ya nunca saldría. Tenía sólo 21 años. Era 1813.
En los primeros años, era un apestado por su origen humilde. Nadie lo quería y se veía obligado a realizar tareas de sirviente, porque no era un caballero. Londres, no era el centro de la igualdad de clases, precisamente. Pero Faraday resistió, la ciencia lo merecía.
En la Royal Society realizó un trabajo excelente y pronto destacó. Era muy tenaz y realizó trabajos en principio respecto al cloro y a la expansión de gases, pero pronto pasó a trabajar sobre los campos magnéticos, consiguiendo demostrar que era posible convertir el campo magnético en movimiento, creando un rudimentarísimo motor eléctrico, pero que es el primer escalón de lo que hoy entendemos como el futuro. Descubrió las líneas de campo magnético y cómo se propagaba en el espacio. No tenía prejuicios y la mente abierta le permitía ver cosas que otros no pensaban.
Davy cogió celos de él, y, para fastidiarlo, lo quitó del estudio del electromagnetismo y lo puso a trabajar en creación de cristales, para intentar conseguir la fórmula ya creada en Baviera, pero no tuvo suerte. La historia, siempre juguetona quiso que no fuera un trabajo en vano: años más tarde un trozo de cristal fallido le permitió demostrar que la luz puede polarizarse. La base para muchas aplicaciones posteriores.
Faraday dejó mucho para la posteridad: inventos como la Jaula de Faraday (entorno metálico cerrado que está hecho de una forma que hace que no haya campos magnéticos dentro) o ciertas leyes electromagnéticas (las Leyes de Faraday) o unos principios de comportamiento científico que todo estudiante debería seguir. Pero lo que más me gusta de lo que dejó para la posteridad es la conferencia de Navidad. Faraday, recordando su origen humilde, decidió en 1825 hacer una conferencia de Navidad gratuita para acercar la ciencia a los jóvenes. Un gesto altruista, que la Royal Society asumió como suyo, por el que han pasado auténticos genios y que perdura hasta la actualidad.
Fue muy reconocido, pero siempre renunció al ningún nombramiento. Consideraba que era un gesto vanidoso que sólo le perjudicaría. Siempre quiso ser simplemente Mr. Faraday. Sin embargo, el mundo es cruel y ya mayor sufrió por su escasa formación. Se reclamaba una argumentación matemática de sus descubrimientos y él, pues no podía hacerlo, simplemente. Sus descubrimientos estaban en entredicho, hasta que un joven matemático, llamado Maxwell le devolvió el favor que él le hizo a Davy: un día le llegó un libro con el planteamiento matemático de sus descubrimientos. El círculo se cerró y Faraday demostró que estaba en lo cierto. Nadie más lo discutió nunca.
Murió mayor para la época y renunció a ser enterrado en la Abadía de Westminster, aunque existe una placa en su honor en ella, porque sin duda era un genio humilde. De los mayores de la historia. Y que pudo aparecer en escena gracias a los libros, aunque en esta ocasión no sólo por leerlos.

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